“La polarización es un proceso muy peligroso porque vuela los puentes”
En su nueva obra, Juan Soto Ivars aborda fenómenos como la polarización, el populismo o el tribalismo, síntomas de un virus que asfixia las democracias occidentales: el del exceso de tabúes
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Hoy, domingo 11 de abril, leer la entrevista a Juan Soto Ivars te llevará unos 10 minutos. Vamos a ello.
Dice la Real Academia Española que el tabú es la “prohibición de tocar, mencionar o hacer algo por motivos religiosos, supersticiosos o sociales”. También que es una “cosa sobre la que recae un tabú”. Lo que no dice la RAE es qué es ese “algo” o qué es esa “cosa”. ¿De qué depende entonces que sobre ese algo o esa cosa recaiga ese tabú? ¿De quién? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Tiene consecuencias? Si sí, ¿cuáles? A estas y otras cuestiones sobre el tabú se acerca Juan Soto Ivars, escritor y periodista, en su nuevo libro: ‘La casa del ahorcado’ (Debate).
Con su ensayo, Soto Ivars, murciano de nacimiento pero residente en Barcelona, pretende unir varios puntos que, según apunta, no guardan relación entre sí mismos pero sí con la proliferación del tabú en las democracias occidentales. Lo hace con la convicción de que un exceso de tabúes es una señal de mala salud democrática. También una amenaza contra la sociedad abierta.
Acerca de estas señales y amenazas escribe habitualmente en Twitter y en sus columnas de El Confidencial, que le han valido para ser considerado como el enfant terrible del periodismo español. Entre otras cosas, por no cortarse y por no callarse. Pero también hay quienes le señalan con el dedo por equidistante, por hereje, síntomas del virus que Soto Ivars identifica en su obra, junto con la polarización, el populismo o las tribus regidas por los tabúes. Admite en las primeras páginas de tal obra que, de adolescente, se juntaba con sus amigos para ir a decir palabrotas a las afueras del pueblo, con lo que experimentaba “un placer singular”.
Pregunta: ¿Sigues sintiendo ese placer singular cuando transgredes ciertos tabúes en tus columnas?
Respuesta: Freud dice que la inclinación a transgredir un tabú forma parte de su propio mecanismo. No hay tabú donde no existe esa inclinación. Es una mezcla de inclinación y repulsión, y para los niños las palabrotas son exactamente eso porque son palabras supuestamente asquerosas. Eso lo hace especial, porque las separa del resto del lenguaje. Yo creo en la libertad de expresión absoluta, y en que la represión del lenguaje es lo que inclina a una persona a transgredirlo. Algo se vuelve deseable cuando no lo podemos tocar.
P: Pero se corren riesgos: el linchamiento público, del que hablabas en tu anterior libro…
R: A un trabajador de Google lo echaron por participar de un debate que él mismo no sabía que era tabú, y hay que diferenciar esto de quienes tienen el gusto por transgredir tabúes. Ellos saben el precio y lo pagan. Me preocupa más quien lo paga sin saberlo porque grupos de iluminados han establecido sus propios límites, estrechos y arbitrarios en muchas ocasiones.
P: ¿A qué se debe esta “deriva ofendidita” (Alberto Olmos dixit)?
R: A un desplazamiento del narcisismo del individuo al narcisismo del grupo. Mucha gente se da por aludida cuando alguien dice algo que alude a la identidad y pasa que el ataque a nadie es tomado muchas veces como un ataque a alguien. Luego vienen los linchamientos. Es la cultura de la ofensa.
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“Todos los partidos se han vuelto populistas y los medios son prolongaciones de eso”
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P: Los medios, decías en ‘Arden las redes’, empeoran muchas veces el problema al dar legitimidad a los linchamientos digitales. ¿Contribuyen a la deriva que planteas en este nuevo libro?
R: Yo aquí no separaría a los medios del resto de actores. Una cosa que tiene el populismo es que todo se convierte en populista, todos los partidos se han vuelto populistas y los medios son prolongaciones de eso. Quien se resiste a esta deriva también es arrastrado, porque está jugando en una liga donde las reglas las ha puesto esta gente que polariza y en la que se pierden los grises. Si te resistes, eres condenado por hereje por uno de los bandos. Y quien se desplaza de las líneas tabú que han marcado sus propias tribus es expulsado de esa tribu.
P: ¿Qué hay de la autocensura? Todos tenemos unos cuantos tuits en borradores, no vaya a ser que...
R: Autocensura es que tú, por tus criterios morales, ejerces de censor de ti mismo. Cuando una decisión la tomas por las reacciones, deja de ser autocensura, es una censura pura y dura. Hay que intentar separar la autocensura del efecto de la censura. No eres tú el que te estás censurando, es el ambiente, el miedo a una represalia. Si lo que temes es una multa económica o social, ya no tienes libertad de expresión.
P: Sorprende que esté pasando esto en una época en la que tanta información está al alcance de nuestras manos. Y a una velocidad tremenda. Podemos hablar de más cosas porque tenemos la oportunidad de saber más cosas y en cambio la tendencia que señalas en el ensayo es la contraria.
R: Las redes sociales han generado una especie de aguda susceptibilidad porque al parecer no soportamos saber lo que piensan los demás. La libertad de expresión total ha promovido el rechazo y el límite, donde proliferan los tabúes. El exceso de libertad ha apagado la libertad. Por otro lado, está lo que llamo en el libro el exceso de la verdad. Recibimos tanta información, y tan plagada de verdad y de mentira, que nos cuesta saber dónde está la verdad. Aunque desapareciera la mentira en Internet, sería imposible saber qué es la verdad. Estamos sobrecargados y no sabemos gestionarlo.
P: En cualquier caso, dices que los tabúes son inevitables. También que son buenos cuando son comunes y menos buenos si son antagónicos. ¿Qué hay del suicidio? He hablado recientemente con unos cuantos psicólogos y lamentaban que este tema siga siendo tabú en España a pesar de ser la primera causa de muerte no natural. ¿Hay también tabúes comunes que no son buenos?
R: Bueno, sí, por supuesto. El celibato puede ser una opción que decida alejar el sexo de sus vidas, pero convertirlo en tabú es peligroso. Una sociedad que reprime demasiado el sexo es una sociedad que acaba enfermando. No necesariamente porque esté compartido por mucha gente es bueno, pero sí hay casos en los que está bien que reprimamos ciertos temas. Tiene que haber un equilibrio entre la represión (lingüística) y la libertad. La violencia física es un tabú excelente. O el incesto, no necesitamos que nadie nos diga que no tenemos que follar con nuestras madres. Esto es bueno. Pero también es cierto que en Irán hay tabúes muy generalizados desde la revolución que no son en absoluto buenos.
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“El populismo es tribalismo, y la tribu se rige por el tabú”
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P: ¿En qué medida afecta que un tema concreto esté estigmatizado (como también me dijeron los psicólogos sobre la salud mental) para que se convierta en tabú?
R: Difícil responder a esto porque la estigmatización puede ser caprichosa y puede no estar relacionada con el tabú. Franco por ejemplo estigmatizó la crítica a Franco, no podías criticarle. Y en la Transición pasó con la figura del rey, que es una figura que se estigmatiza positivamente porque no te puedes acercar a ella, solo para loarla. El tabú opera a un nivel simbólico, es más escurridizo que la prohibición o la censura. Y es verdad que casi todos los tabúes que se te ocurran estigmatizan a quien los transgrede, porque tienen una energía contagiosa.
P: Otro de los temas que parece que es tabú es el de la inmigración. Concretamente en España, parece que o nadie propone nada serio para abordar las crisis migratorias o quien lo hace es en términos muchas veces xenofóbicos.
R: La figura del inmigrante es tabú. Mary Douglas dice que una frontera es un lugar que carga de tabú a quien pasa por ella. Esto te lo dicen muchos inmigrantes, y sus hijos, que siguen siendo vistos como inmigrantes aunque sean españoles. Están cargados de tabú y prueba de ello es que ni la derecha ni la izquierda lo tocan, es una figura intocable. Se ve en las crisis donde se generan problemas en los sitios a los que llegan, donde la izquierda trata el tema con condescendencia. No lo quieren mirar, no lo quieren tratar. Entonces para algunos es muy cómodo decir que todos son violadores y yihadistas.
P: ¿El exceso de tabúes explica, en parte, el éxito de los populismos y radicalismos varios?
R: Sí, hay una relación muy estrecha entre tabú y populismo. El populismo es tribalismo, y la tribu se rige por el tabú. Los populismos son llamadas a la tribu, a los movimientos tribales. En Vox te dicen quién es buen español y quién no. Y Puigdemont hace algo parecido. En las izquierdas, te dicen qué mujer es buena y cuál no, qué gay es bueno y cuál no. Son apropiaciones tribales de la identidad y quien está en esas siembra la política de tabúes y de líneas rojas.
P: Compartes en el libro una paradoja: que la palabra “tabú” se importara de una tierra promiscua e impúdica. Recuerdo que cuando mis compañeros daneses me preguntaron qué era lo que más me había gustado de Dinamarca, les contesté algo parecido: había disfrutado de lo sano y abierto que era su debate público.
R: Las islas polinesias eran así para los occidentales, para cuyos ojos la experiencia sexual de los isleños era muy exuberante. Pero otros ámbitos sí estaban dominados por el tabú en esas islas. En cuanto a Dinamarca, lo que dices es una señal de una democracia robusta. Pero Suecia también tiene a lo mejor una democracia sana y aun así está cargada de una corrección política asfixiante. Ese exceso de tabúes, sobre todo en los ámbitos políticos, es una señal de una mala salud democrática. Estados Unidos está con una enfermedad casi crónica, está exportando todos los tabúes.
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“Cualquiera que no sea de derechas es un rojo encubierto; cualquiera que no sea fan de Irene Montero es un facha”
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P: Entiendo que una democracia sana pasa también por la despolarización del debate público. ¿Es posible?
R: Está la cosa chunga. Ahora hay una palabra que se utiliza para estigmatizar y para convertir en tabú a los temperamentos dialogantes: equidistancia. La polarización boicotea estos temperamentos y es un proceso muy peligroso porque su propia dinámica vuela los puentes. Se ve con Ángel Gabilondo, que es una vacuna contra la polarización, pero lo detestan. Aquí cualquiera que no sea de derechas es un rojo encubierto y cualquiera que no sea fan de Irene Montero es un facha. Para ellos eso es una herejía, y en consecuencia el equidistante es también tachado de hereje.
P: ¿Qué papel juegan en este escenario las futuras generaciones? ¿Qué mensaje les (nos) mandarías?
R: La intransigencia, el problema de los tabúes, la polarización, etc, llegan después de un golpe muy duro en Occidente: la constatación de que los hijos no van a vivir mejor que los padres. La solución pasa porque el sistema permita cambios sin ser destruido. Y esos cambios son difíciles, porque cualquier medida para redistribuir la riqueza es vista como el final del sistema capitalista. Algunos piensan que vuelve el sóviet. El liberalismo tiene que darse cuenta del peligro de no seguir la línea de la redistribución, porque los pobres de hoy en día no son solo mendigos.
P: Por último, ¿crees que nos iría mejor si la pizza con piña y la tortilla de patatas sin cebolla fuesen tabúes? Considero que ambas son también asfixiantes para las democracias occidentales.
R: Aquí vamos a acabar mal. Odio la pizza con piña pero soy sincebollista, me he criado en un ambiente social donde la tortilla se hacía sin cebolla porque no había dinero para comprarla. Pero bueno, si un día me invitas a una tortilla con cebolla y me pones cervezas en la mesa, me lo pienso...
Extra, extra 💭
Este comentario sacado del muro de Facebook de Juan Soto Ivars es una maravilla que no puedo no compartir:
Sobre censura y redes sociales, este Ted Talk de Soto Ivars es un buen resumen.
En La ínsula han hablado esta semana de puentes también, pero no de volarlos, sino de construirlos:
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