"No tenemos la capacidad de resistir mucho más tiempo en esta situación límite"
Comparte su testimonio Álex, un enfermero que ha luchado en primera línea contra el Covid-19 en hospitales de la Comunidad Valenciana y las Islas Baleares
Hola, pragmátic@s 👋🏽 :
Os cuento: tomé la semana pasada la decisión de que la publicación de hoy, o al menos lo más importante de la misma, no iba a escribirla yo. Lo hice con la preocupación de que estamos perdiendo de vista la que (opino) es una de las capacidades más importantes para el correcto funcionamiento de cualquier sociedad, y de cualquier persona que se considere parte de la misma: la empatía. No hay despolarización que valga si un país, cualquier país, es incapaz de inferirle la relevancia que se merece a la facultad de ponerse en el lugar del otro.
Es una reflexión que lleva instalada en mi mente un tiempo y que hace acto de presencia cuando los listos se saltan listas (de vacunación). También con el debate de los youtubers andorranos y los impuestos, con demasiada gente intentando disculpar la elusión fiscal. Asimismo, hemos vuelto a ver imágenes de discotecas abarrotadas de gente y a los dueños de esos locales intentando justificar luego lo injustificable. Empatía cero. Hay cosas que ni siquiera me creería si no las viesen mis ojos. Cuando las veo, perplejo, es cuando pienso que nos hace falta una buena ración de empatía. Una vez digerida la misma, menos gente actuaría de la manera en la que actúa.
Pienso que la falta de empatía es parcialmente culpable de algunos de los males de las sociedades actuales. Males radicalmente acelerados e intensificados por y con el bicho. Esos males y esa triste ausencia de empatía ha resultado en que El Pragma no lo escriba hoy quien acostumbra, porque quien acostumbra a hacerlo ha considerado pertinente el ponerse (y ponernos) en la piel de alguien que ha vivido la pandemia en primerísima persona. Le doy hoy voz y espacio a quien a buen seguro le sorprende, más que a la gente de a pie, ciertas actitudes irresponsables y ciertos discursos peligrosos. Es, además, un buen amigo, ergo soy muy consciente del infierno por el que ha pasado. Merece contarlo y merece ser escuchado.
Tu turno, Álex.
Sin duda alguna, los primeros encuentros con “pacientes COVID”, a principios de marzo, fueron momentos muy duros. Nadie sabía exactamente a qué nos enfrentábamos, solo que se trataba de un virus que se transmitía muy rápidamente o que tenía una alta mortalidad. Y lo más importante, no sabíamos cómo acabar con él.
Esas primeras semanas de pandemia fueron verdaderamente asfixiantes y de mucho miedo, con las UCI llenas de “pacientes COVID", todos intubados. Fueron momentos en los que llegamos a tener cuatro pacientes por enfermero y en los que los intensivistas denegaron ingresos en UCI por edad. Recuerdo el “mayores de 80 no entran”. Seleccionábamos pacientes, como en la guerra, y nos llegaban continuamente enfermos de otros hospitales. Nos quedábamos sin boxes y sin respiradores y nos vimos obligados (en cierto modo) a “dejar morir” a las personas mayores para poder atender a otras más jóvenes y con más posibilidades de supervivencia.
Era todo una incertidumbre. Ni siquiera los médicos especializados sabían qué medidas de protección debíamos llevar para tratar a un “paciente COVID”. Al principio nos decían que teníamos que llevar un equipo de protección individual (EPI) completo y desecharlo todo (incluyendo gafas, mascarilla FPP3 y batas) dentro de la habitación. Este equipo lo teníamos que llevar puesto durante horas y era tremendo el calor que producía. Algunos de mis compañeros se mareaban y tenían que salir de la habitación.
Poco a poco, nos fuimos dando cuenta de que prácticamente todos o casi todos los “pacientes COVID” que entraban en la UCI acababan muriendo, yo calculé unos ocho de cada diez. Fue realmente arduo y difícil. Luchar tanto, darlo todo por ellos, arriesgar tu vida y la de los tuyos, emplear todos los recursos posibles para que al final todos o casi todos acabaran falleciendo.
Los recursos se fueron agotando. Acabábamos utilizando el mismo equipo durante semanas, esterilizando las mismas batas hasta que se rompían y teniendo que limpiar las gafas (que todos utilizábamos) con lejía. Siempre me pregunté por qué a nadie se le ocurrió fabricar este material, con tanta gente parada.
Además, en todos lados se hablaba de que no teníamos suficientes respiradores ni suficientes camas. Pero poco se hablaba de que no había suficiente personal de UCI. Tratar a un paciente de una unidad de cuidados intensivos supone una gran formación previa. No cualquier enfermero ni cualquier médico puede atenderlos. Enfermeros y médicos que no tenían experiencia en atender a un paciente crítico lo tuvieron que hacer con el alto riesgo que eso supone.
“Pensaba que no podríamos afrontar una situación como esta otra vez; hasta que llegó el final del verano
Con la situación que estábamos viviendo, nuestra salud mental estuvo realmente afectada porque todo el mundo se centraba en hablar del coronavirus. Se acabaron el resto de noticias. Las televisiones, las radios o las redes sociales hablaban de lo mismo. El COVID estaba en todos lados y eso hizo que fuese aún más complicado porque nunca podías desconectar. Muchos de nosotros tuvimos que optar por la desconexión de todo medio de comunicación.
Afortunadamente, el número de ingresos fue disminuyendo notablemente a mediados de abril y ya teníamos un poco más controlada la situación. Pero solo nosotros sabemos lo duro que fue pasar esos dos meses de la primera ola. Yo sinceramente pensaba que no podríamos afrontar una situación como esta otra vez; hasta que llegó el final del verano donde, tras haber rebajado las medidas, los casos confirmados empezaron a subir y a saturar, de nuevo, la sanidad.
Fue bastante destacado el descontento que mostró la población hacia los sanitarios en esta segunda ola, principalmente a los de atención primaria por el hecho de que “no les queríamos atender presencialmente”, “no atendíamos sus llamadas”, etc. Es perfectamente comprensible ya que es muy frustrante que quieras una atención médica y sea tan complicada conseguirla. Además la gente veía que los Centros de Salud solían estar vacíos. Entendemos que era difícil aceptar la situación.
La realidad es que los centros estaban vacíos de personas, pero estaban completamente saturados de llamadas telefónicas. Todos los sanitarios atendíamos y valorábamos entre 30 y 50 llamadas cada día. También era frustrante para nosotros no poder prestar una atención de calidad a nuestros pacientes. Los médicos seleccionaban a quienes requerían de una atención presencial. Aunque pueda ser difícil de entender para muchas personas, este hecho ayudó a no colapsar (más) el sistema sanitario.
“Errores que matan
A finales de noviembre parecía que todo se empezaba a solucionar, los políticos (muy esperanzadores) aseguraban que con unas mínimas restricciones podríamos salvar las navidades. Incluso escuché decir a Fernando Simón (en el programa de Calleja) que en diciembre casi con toda seguridad la incidencia del COVID sería casi inexistente. Y para sorpresa, después de navidades nos topamos con la tercera ola. De nuevo, hospitales colapsados, ucis desbordadas, falta de sanitarios, falta de respiradores...
En mi opinión, algo no aprendimos de la primera ola. Cometimos los mismos errores. Intentamos resolver la crisis económica sin haber resuelto la crisis primordial, la sanitaria. Se tomaron decisiones incorrectas que ahora vuelven a provocar centenares de muertes diarias. Errores que pasan factura. Errores que matan. Errores que no deberíamos pasar por alto y que no se pueden perdonar.
Ahora tenemos la ansiada vacuna contra el COVID, esa vacuna a la que todos tememos hasta cierto punto por haber sido aceptada y presentada a la desesperada. A todos nosotros (los sanitarios), también nos inspira cierta desconfianza, es perfectamente razonable y entendible. A pesar del miedo que pueda suponer, creo que administrarse la vacuna es una responsabilidad ética y moral por parte de toda la sociedad. Se trata de una pequeña aportación, un granito de arena que cada persona puede realizar en esta lucha. No sería razonable, aunque sí respetable, que alguien se negara a vacunarse en la situación en la que estamos.
No nos queda otra que confiar y tener esperanza en la única solución que tiene esta crisis, la inmunidad de rebaño. Mientras tanto espero que todos tomemos consciencia de la importancia de recuperar la normalidad en nuestros hospitales y en nuestras ucis. Y también espero que aquellos que no respetan las normas y las restricciones sean conscientes del daño que causan. Hay muchas vidas en juego y no tenemos la capacidad de resistir mucho más tiempo en esta situación límite.
Se recomienda:
Como complemento al testimonio de Álex, este artículo de Raquel Martos sobre, en tiempos pandémicos, huir, volver y continuar. Lo puedes leer pinchando aquí.
Leí ayer en Twitter que no hay mejor momento que el actual para ver Borgen y estoy de acuerdo. Es una serie danesa sobre política (de la buena) y sobre periodismo. La recomiendo mucho no, muchísimo. Hay quien dice que es una de las mejores series de todos los tiempos. Estoy, también, de acuerdo.
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