Mejores de lo que parece
Son mayoría quienes prefieren una democracia sustentada en lo constructivo y no en lo destructivo; son más quienes condenan la violencia que quienes la justifican
A los buenos días domingueros, pragmátic@s 👋🏽
¿Os acordáis de las cuestiones planteadas en la primera publicación de esta newsletter? Fueron unas cuantas. Algunas referidas a una necesaria reflexión individual. Otras, pertinentes en lo grupal. En conjunto, todas guardaban relación con la potencial contribución que cada uno de nosotros podía hacer para que el conflicto permanente y la irreflexión campante dejen de ser la norma y pasen a ser la excepción. Pues bien, tras seis semanas y seis artículos, El Pragma va hoy precisamente de buscar, y a ser posible de encontrar, respuestas a varias de esas preguntas. Se trata de llevar a cabo un ejercicio de introspección colectiva sobre el actual momento sociopolítico y sobre todo lo que se ha abordado en este espacio. En síntesis, de este cariz han sido las publicadas publicaciones:
Despolarizando que es gerundio: de la polarización y la necesidad de arrinconarla mediante el pensamiento crítico, el sentido común, la reflexión y un periodismo comprometido con el periodismo.
Las banderas no crean empleo: acerca de lo mucho que discutimos de cosas de las que debemos discutir menos y lo poco que debatimos de cosas de las que necesitamos debatir más.
No hay que insultar a Pablo Iglesias: del insulto en el debate público y lo inútil que es recurrir a él si se tiene en cuenta que no lleva a absolutamente nada (bueno), solo a polarizar y a crispar más.
“No tenemos la capacidad de resistir mucho más tiempo en esta situación límite”: Sobre la falta de empatía, causa de algunos de los males actuales. Para contrarrestar ese vacío empático, Álex compartió su experiencia como enfermero durante la pandemia.
Pablo Hasel, ¿a la cárcel por cantar?: acerca de las muchas razones que han llevado al rapero a prisión. También de las reformas necesarias en materia de libertad de expresión para que no se repitan estos casos.
Técnicas, trucos y trampas para ganar el voto en Catalunya: de estrategias de marketing político utilizadas por las formaciones políticas catalanas y sus candidatos. Y de la necesidad de ser consciente de cómo las conforman.
Al final de esta publicación voy a proponer que seáis vosotros, suscriptores y lectores, quienes valoréis (de manera anónima) lo que hasta la fecha ha dado de sí la newsletter. Deseo que compartáis vuestras reflexiones individuales sobre cualquiera de los temas tratados, o sobre cualquier otro pensamiento cuya reflexión creáis conveniente compartir. También os invito a que propongáis asuntos que os preocupen y/o que os gustaría que se tratasen en este espacio. He querido hacer esto porque convencido estoy de que el periodismo es más periodismo si es consciente de qué es lo que preocupa a quienes lo consumen. De momento, va a ser un servidor quien comparta su balance y su reflexión.
Mayorías y minorías
¿Qué está pasando? Esta fue la primera pregunta formulada en la primera de las publicaciones. Es una cuestión que se puede responder con varios de los otros artículos. Es más, como dije en su día, dos de ellos no hubiesen sido publicados si España no fuese un país donde la polarización política está a la orden del día. No hubiese hecho falta señalar que tenemos que discutir menos sobre lo que nos separa y debatir más sobre lo que nos debería unir, como es el caso del drama del paro juvenil. Tampoco hubiese hecho falta argüir que el insulto no tendría que caber en la esfera pública. Básicamente, y así lo defendí, porque el insulto nos lleva a justo lo contrario de lo que como el comer necesita España: la despolarización del debate público.
Sobre el por qué y los quiénes, otras de las cuestiones esbozadas en la primigenia pieza de esta newsletter, creo que la respuesta es evidente: hay quienes viven mejor en la confrontación. En relación con uno de los seis artículos de momento publicados, pienso que los que optan por esta vía están faltos de empatía, porque obvian que son mayoría quienes prefieren una democracia sustentada en el argumento y no en el enfrentamiento. Puede que sea una mayoría silenciosa, una que no sale a las calles a quemar contenedores y a reventar el mobiliario urbano, pero existe. Y como existe, la minoría que insiste en impulsar la crispación está asimismo exteriorizando un atroz vacío empático. Uno en el que se obvia el interés general y el bienestar común de todos y cuantos forman parte de la sociedad. Uno en el que no se piensa y actúa más allá de lo que agrada a quienes interpretan el mundo de la misma manera que quienes piensan y actúan guiados por la testosterona y el egoísmo. No hacen mucho ruido, pero también pienso que son más quienes estos días condenan la violencia que quienes la justifican (y la alientan).
En una tarea parecida a la anterior están aquellos que promocionan la irreflexión. Así está pasando con el caso de Pablo Hasel y la libertad de expresión, con demasiada gente reduciendo al absurdo un tema que requiere de profundidad, contexto y matices. La simplificación es contraproducente porque no ayuda a que haya un debate amplio de miras y perspectivas, que es como tendría que ser todo debate. Ha sido una semana triste. No solo por la testosterona y el egoísmo de quienes han decidido destrozar todo y cuanto se les pone por su camino, que también, sino sobre todo por el poco espacio que parece tener que el debate sobre la libertad de expresión sea uno constructivo. Lo que he vivido y visto esta semana es lo contrario, y esto es todavía más preocupante cuando muchos de los que han promovido lo destructivo son precisamente quienes deberían promover lo opuesto. Es terrible que aquellos que han elegido el camino del diálogo edificante sobre el asunto parezcan ser una minoría. Y eso duele.
“Sin calma y meditación será complicado encontrar soluciones”
Vista la (mi) reflexión individual para sentencia, hállome ahora en el quehacer de atender a las interrogantes abordadas en ‘Despolarizando que es gerundio’ para con la reflexión colectiva: ¿Qué tipo de sociedad queremos ser? ¿Qué clase de democracia queremos habitar? ¿Qué legado queremos dejarle a las generaciones venideras? Se ha quedado la semana como para que estas interrogantes sean de necesario abordaje ahora más que nunca. Para ello, cabe traer a colación estas palabras de Miguel de Unamuno: “Al ir a mi despacho, contemplo la estatua de Fray Luis de León y su gesto admirable, la mano tendida aconsejando calma y meditación. Es el mejor consejo que puede darse en estos momentos”.
Estaba en lo cierto Unamuno y estaría en lo cierto cualquiera que, en la actualidad, concluyera que sin calma y sin meditación será difícil que se pueda salir de esta espiral de odio y de trincheras. Sin ir más lejos, sin calma y meditación será complicado encontrar soluciones viables y consensuadas para con el papel que tiene que jugar la libertad de expresión en la democracia que habitamos todos, dixit Eduardo Madina. Mi reflexión colectiva se resume en que hallar soluciones a este y otros problemas requiere, entre otras cosas, de eliminar al insulto del debate público, de fortalecer la empatía en la sociedad y de centrarnos más en lo que nos une y menos en lo que nos separa.
Brotes verdes
Pienso humildemente que este espacio periodístico ha intentado desde el primer minuto que lo que persevere en la arena pública sea precisamente lo apuntado arriba. Otra cosa es que se consiga, pero opino que quien ha leído todas y cada una (o alguna) de las publicaciones puede reconocer una intención nítida de fomentar la calma y la meditación. El argumento y no el insulto. La empatía y no el egoísmo. El consenso, el diálogo, y no el disenso y la hostilidad. Si ha sido así, y en algunos casos sé que así ha sido porque así se me ha hecho saber por parte de algunas de las por ahora casi 4.000 almas que han leído El Pragma, hay definitivamente brotes verdes. En ese sentido, comprobar que personas ideológicamente antagónicas han valorado prácticamente de igual forma y de manera positiva un mismo contenido pragmático es reconfortante y esperanzador. Para un periodista es además precioso que eso ocurra, y me transmite la sensación de que somos mejores de lo que parece. De que somos perfectamente capaces de anteponer las ideas sólidas al frentismo ideológico. Y de que se equivoca quien piense que no es posible un acuerdo por el desacuerdo, en el que pensar diferente no suponga automáticamente la negación de todo lo que tenga que decir el otro.
Estos brotes verdes no solo sugieren que somos mejores de lo que parece. También revelan que la despolarización, por muy difícil y lejana que parezca, sí es posible. De hecho, España ya ha sido un país despolarizado antes. Esto es algo con lo que yo mismo me he encontrado estos días mientras trabajaba en otro proyecto en cuyo alma y corazón está también la despolarización. Resulta que para unos cuantos autores, tanto españoles como no españoles, España es (o fue) un modelo a seguir en lo que a despolarización política respecta.
Así, Peter Mcdonough, Samuel Barnes y Antonio López Pina apuntaron en 1994 que en la España de La Transición pesaron más los beneficios del entendimiento que los perjuicios de la confrontación. Omar G. Encarnación escribió en 2004 que la España ya democrática había experimentado un proceso de despolarización en la que el consenso y la moderación impregnaron la política española. Richard Gunther, José Ramón Montero y Joan Botella señalaron, también en 2004, que hubo una época en la que la política en España era una caracterizada por la cooperación entre diferentes partidos políticos. Son solo algunos ejemplos, pero hay más.
No deja de ser paradójico que para imaginar la España del futuro se tenga uno que remontar a la España del pasado. Pero en este caso es conveniente hacer tal cosa para que quienes habitan la España del presente se convenzan a sí mismos de que su país, y el mío, ya ha sido uno capaz de aparcar las diferencias y de hacerlo con el firme objetivo de avanzar tanto en lo político como en lo social. Convencerse de ello puede suponer un primer paso para que los brotes verdes se traduzcan en una realidad de la que se beneficiarían todos salvo quienes se empeñan en caminar en la dirección opuesta. Ellos sabrán, pero deben saber también que son minoría. Mientras tanto, este rincón periodístico seguirá trabajando para que esa minoría no sea nunca una mayoría. No lo va a ser, pero por si acaso se continuará aquí dando la batalla despolarizadora. Desde la convicción de que la pragmática misión emprendida por quien escribe estas letras es alcanzable. Desde el anhelo de que se alcanzará. Despolarizando que es gerundio.
Te toca ✏️
Como apunté con anterioridad, quiero conocer cuál es el sentir del suscriptor/a y del lector/a. Para valorar, compartir o reflexionar sobre la newsletter y España podéis pinchar en este enlace y responder a las preguntas planteadas.
Se recomienda 👀
Un brote verde es también la amplia mayoría parlamentaria que ha habido esta semana para que Manuel Chaves Nogales llegue a los colegios. Os invito a que echéis un vistazo al prólogo de su libro ‘A sangre y fuego’, que podeís leer pinchando aquí.
Este podcast sobre el derecho a la libertad de expresión:
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Poner de ejemplo de entendimiento la transición española como si fuera un hecho aislado sin contexto creo que es un error. Ese consenso en el que se quedaron fuera ciertas fuerzas, fue posible porque hubo 40 años de dictadura que lo facilitaron. Evidentemente el consenso no es el mismo, sino que en estos 40 años que llevamos de democracia ha habido otras circunstancias que lejos de facilitarlo, lo imposibilitan. Comparar cosas así me parece equivocado, ya que no tenemos el mismo contexto sociopolítico. Un saludo.